Gran Fiesta de Pentecostés – Domingo 19 de Junio

“El pentecostés festejamos…”

Diez días después de la Ascensión del Señor nuestra Iglesia celebra el acontecimiento del Pentecostés, entonces cuando el Espíritu Santo descendió y se enfusó en las cabezas de todos los discípulos de Cristo en Jerusalén. Con esta infusión empieza la historia de la Iglesia, por eso el Pentecostés constituye el cumplimiento de la promesa del Señor de que vendrá otro Paráclitos después de Su propia Ascensión, Quien permanecerá con Sus discípulos, enseñará y conducirá a toda la verdad (Jn 16,13).

Así que el Espíritu Santo viniendo al mundo “compone toda la institución de la Iglesia” y permanece en ella con su presencia permanente como psique-alma de la Iglesia. Esto significa que la Iglesia con la presencia permanente del Espíritu Santo vive un Pentecostés contínuo. Vida en Iglesia, pues, significa vida en Espíritu Santo, algo que se comprueba también en la enseñanza de la Iglesia, en su culto y en la vida ascética que no tiene nada que ver con el espíritu jurídico-formal judaico o de uso tendencioso por varios grupos protestantes, sino libertad, agapi (amor increado), súplica y oración.

Así que la experiencia del Espíritu Santo y la participación de Sus donaciones, deben constituir los elementos de la vida de todos los miembros de la Iglesia; es decir, en realidad cada uno de sus miembros, si es correctamente miembro, debe estar encontrándose en un estado de continua sorpresa, en un camino de crecimiento espiritual, “de doxa=gloria en doxa (luz increada)”. Exactamente porque es partícipe del infinito Dios-Espíritu Santo. De esta manera el creyente se convierte en miembro espiritual de la Iglesia. Hombre espiritual no es considerado tal y como lo entiende mucha gente: el hombre de estudios, de artes, el científico, el poeta y el actor. Más bien se puede considerar también éste como espiritual, pero no con el espíritu cristiano del término:  éste se ocupa del espíritu mundano y no con el Espíritu Santo. Para los Cristianos hombre espiritual es el que tiene experiencia del Espíritu Santo, en aquel que el Espíritu de Dios habita en él. “Mas vosotros no vivís según la carne, no sois materialistas, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él (Rom 8,9). Y san Crisóstomo observa sobre esto que el hombre se llama espiritual “por la energía increada de Espíritu”.

Pero hablando sobre la participación del Espíritu Santo en el espacio de la Iglesia, hablamos de un acontecimiento que remite directamente al mismo Cristo. La vida en Espíritu Santo es la vida en Cristo. Esto ocurre porque a Cristo Le conocemos en el grado que el Espíritu Santo dentro en Iglesia Le apocalipta=revela en nuestros corazones.  Si el Espíritu de Dios no operara en nuestro interior y no nos iluminara, el Cristo podría haber realizado Su obra sanadora y salvadora del mundo, pero permanecería un desconocido y ajeno de nosotros. Aquella obra general de Cristo que le hace familiar y nuestro, es la tercera persona de la Santa Trinidad, el Espíritu Paráclitos (Consolador, Orador), el Cual el Señor ha mandado al mundo después de Su subida a los Cielos. Así el Espíritu Santo operó la constitución de la Iglesia de Cristo como cuerpo vivo Suyo. Tal y como lo dijo, además, consolando a Sus discípulos: “Pero yo os digo la verdad, os conviene que yo me vaya. Porque si no me voy, el Paráclitos, Consolador no vendrá a vosotros, pero si me voy, os lo enviaré (Jn 16,7).

Así que el hombre se introduce en la Iglesia, esencialmente llamado por el Mismo Dios –“Nadie puede venir a mí, si el Padre que me envió no lo atrae (con su jaris-gracia increada). Y yo lo resucitaré en el ésjato-último gran día del juicio” (Jn 6,44)- e introducido por el santo bautismo y la santa crismación participa de las energías increadas de Dios, que son servidas por el Espíritu Paráclitos después de la Ascensión de Cristo, y Le apocaliptan=revelan al corazón del hombre, en el sentido que le incorporan dentro de Él haciéndole miembro de Cristo. Y el hombre siendo hecho miembro de Cristo, después de este Pentecostés personal suyo, es conducido de manera natural ante el Dios Padre. Por eso también el Apóstol Pablo apunta: «Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu» (1Cor 12,3); como también el mismo Señor apocaliptó=reveló que: «YoSoY el camino, la verdad y la vida; nadie puede venir al Padre sino es por mí» (Jn 14,6). Desde esta perspectiva entendemos que nuestro Dios es Dios del orden y no del desorden, lo mismo también la sanación y la salvación del hombre tiene carácter Tríadico y esto significa que Teología, Pnevmatología (espiritualidad), Eclesiología y Sotiriolgía en la fe ortodoxa van juntas y cualquier disgregación los revela que son heréticos o están conducidos a la herejía. Uno ahora, entiende pues, por qué san Serafín de Sarof recalcaba que “el propósito de la vida espiritual es la adquisición del Espíritu Santo”. Porque el que tiene el Espíritu Santo tiene el Mismo Dios Triádico.

Así que la pregunta que surge es: ¿cómo se obtiene el Espíritu Santo? Cierto que nuestro pensamiento va inmediatamente en los misterios, como hemos insinuado anteriormente. Porque estos son las cumbres de las que proviene la jaris (gracia, energía increada) de Dios a los fieles. Pero los misterios no operan en los hombres de modo mágico positivamente. Se requiere la participación y el esfuerzo de ellos. Y aquí uno se introduce a la pura vida espiritual ascética. La vida ascética, como lucha personal del hombre, es una condición para que sean accionados los misterios hacia la salvación y sanación del hombre y no resulten “en condena”. Por supuesto con la observación de que esta lucha no se hace con la ausencia del Espíritu Santo. La jaris (energía increada) de Él, nos da también la capacidad de la vida ascética. “Así que no depende, ni es obra del que quiere, ni del que corre y se esfuerza, sino de Dios que tiene misericordia” (Rom 9,16).

¿Entonces qué nos enseña la tradición bíblico-patrística de nuestra Iglesia, sobre el tema de la adquisición del Espíritu Santo y los secretos de la vida ascética? Es que uno puede obtener la jaris (gracia, energía increada) de la presencia del Espíritu Santo y por consiguiente tener en su interior a Dios, si lucha legalmente. Y legalmente significa –por supuesto con la ayuda de Dios- empezar la lucha de su catarsis (sanación, purgación) de sí mismo, de los llamados pazos malignos, especialmente del principal pazos el egoísmo (o egolatría), con sus ramas, hedonismo, avaricia, codicia y vanagloria. Así la lucha ascética está concertada; el creyente está llamado a transformar la filaftía (egolatría) en filoteía (amigo de Dios) y filantropía (amigo del hombre); es decir, en agapi (amor desinteresado), por eso también en la posición de los hijos de la egolatría pone la contrición, autodominio, la caridad, la buena disposición y la humildad. A la medida que esta lucha eclesiástica se hace de manera correcta, es decir, por la conducción de nuestros santos y los cristianos con más experiencia, principalmente de nuestro padre guía espiritual, la filaftía (egolatría) se elimina, nuestro corazón se sana, se limpia y la posición de ella la toma, como hemos dicho, la jaris (gracia, energía increada) de la agapi increada Dios. Pero donde está la agapi allí está también el Dios, es decir, el hombre llega al punto de ser la residencia de Dios.

Este estado que sigue la catarsis (sanación) del corazón del hombre, donde la jaris increada de Dios empieza a dominar en su interior, nuestros santos lo han llamado iluminación y a continuación zéosis o deificación. Por eso muchas veces escuchamos sobre los estadios de la vida espiritual: catarsis, iluminación y zéosis. Está claro que sólo el primer estadio se relaciona especialmente con el intento ascético personal, allí donde el creyente manifiesta su preferencia y buena voluntad para promover su relación con el Dios. A pesar de que también este estadio se realiza con el refuerzo de Dios, el segundo y el tercero son considerados como regalos de Dios, por los que el creyente no debe preocuparse en absoluto y ponerlos como visión y destino. El creyente debe tener como visión su relación con el Dios, lucha en el mandamiento básico de Cristo que es la agapi, con la que sana y limpia su corazón y deja “libre” a Dios a ofrecer lo que quiere y cuando quiere los regalos de Su presencia, la iluminación y la zéosis.

Por eso, finalmente el elemento más esencial de la vida espiritual es la paciencia. El hombre que comienza la vida espiritual y exige rápidamente adquisición de carismas de Dios, ya ha puesto su mina explosiva. El Dios no es un juego de manera que nosotros podamos organizarle Sus acciones, sino Dios omnipotente y toda bondad, que domina absolutamente todo, conociendo a todos hasta su último fondo. Así que la desesperación finalmente es una señal de una psique atormentada, que en realidad manifiesta la incredulidad del hombre y la presencia del mal astuto.

La fiesta del Pentecostés nos revela una vez más la grandeza de nuestra fe, puesto que estamos llamados al crecimiento infinito de la participación del Espíritu de Dios y también simultáneamente nos muestra las dificultades que existen a causa de nuestros pecados y debilidades. Pero es responsabilidad nuestra corresponder a esta llamada, que consiste en la llamada más alta que existe en este mundo: para que seamos y convirtamos en “coherederos de Cristo” (Rom 8,17).

Padre Jorge Dorbarakis